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La felicidad, ¿tiene cara de mujer?

Dos investigaciones recientes demuestran que ellas lo pasan peor que ellos. Entre otras cosas, porque deben dedicar más horas a las obligaciones. La brecha "aseguran" va en aumento

Fuente: LANACION.com

El año pasado, los investigadores sumaron un nuevo giro al llamado “informe sobre el uso del tiempo”. En lugar de preguntar a la gente simplemente lo que había hecho a lo largo de su día, como habían estado haciéndolo los encuestadores desde los años 60, también indagaron acerca de cómo se sentían durante cada actividad. ¿Eran felices? ¿Estaban interesados?, ¿estresados?

No fue sorprendente que los hombres y las mujeres a menudo dieran respuestas similares sobre lo que les gustaba hacer (salir con amigos) y lo que no les agradaba (pagar cuentas). Pero hubo también una cantidad de actividades que produjeron muy diversas reacciones por parte de uno y otro sexo, y una de ellas realmente se destaca: aparentemente, los hombres disfrutan estar con sus padres mientras que las mujeres encuentran que pasar un tiempo con ellos es algo menos agradable que lavar la ropa.

Alan Krueger, economista de Princeton que trabaja con cuatro psicólogos en la investigación, piensa que hay una explicación simple para tal diferencia. Para una mujer, el tiempo junto a sus padres a menudo se parece al trabajo, ya sea que tenga que ayudarlos con el pago de sus cuentas, ya sea para planear un encuentro familiar. “Para los hombres, en general, significa sentarse en un sofá a mirar un partido de fútbol con su papá”, afirma Krueger, quien, cuando no está acopiando datos, disfruta mirar a los New York Giants con su padre.

Este curioso aunque inquietante descubrimiento es parte de una historia más amplia: parece haber una brecha creciente entre la felicidad de los hombres y la de las mujeres.

Dos nuevos estudios que utilizan diferentes métodos llegaron a una misma conclusión. Betsey Stevenson y Justin Wolfers, economistas de la Universidad de Pensilvania (y además pareja), han observado los datos sobre la felicidad tradicional en los cuales a la gente simplemente se le preguntaba hasta dónde era feliz con la totalidad de su vida. A comienzos de los años 70, las mujeres manifestaron ser algo más felices que los hombres. Hoy, los dos grupos han cambiado su posición.

Krueger encontró, al analizar los estudios de las últimas cuatro décadas, patrones todavía más preocupantes. Desde la década del 60, los hombres paulatinamente fueron dejando las actividades que les resultaban desagradables: trabajan menos y descansan más.

En el mismo período, las mujeres han reemplazado el trabajo hogareño por otro rentado y, como resultado de eso, pasan casi la misma cantidad del tiempo haciendo cosas que no disfrutan, como en el pasado. Hace cuarenta años, una mujer habitualmente invertía alrededor de 23 horas por semana en una actividad que no disfrutaba, o 40 minutos más que un hombre común. Hoy, cuando los hombres trabajan menos, la brecha es de 90 minutos.

Estas tendencias recuerdan la idea de El segundo turno, nombre de un libro del sociólogo Arlie Hochschild, de 1989, que sostiene que la mujer moderna efectivamente tiene dos trabajos: el primer turno lo realiza en la oficina y el segundo en su hogar.

Pero los investigadores que han estudiado los datos de las encuestas afirman que a la teoría del segundo turno le falta un detalle importante. Las mujeres realmente no están trabajando más de lo que lo hacían hace 30 o 40 años. En cambio, hacen diferentes tipos de tareas. Pasan más tiempo en el trabajo rentado y menos limpiando y cocinando.

Lo que ha cambiado, y que parece ser la explicación más probable para las tendencias sobre felicidad, es que las mujeres tienen una lista mucho más larga de cosas para hacer que antes (incluyendo ayudar a sus padres cuando envejecen). Posiblemente no pueden hacerlo todo y muchas terminan sintiéndose impotentes.

Los datos de Krueger, por ejemplo, muestran que el promedio de tiempo dedicado a la limpieza ha caído significativamente en las últimas décadas. No ha habido ningún adelanto tecnológico relacionado con la limpieza, por lo que las casas probablemente estén más sucias de lo que acostumbraban. Imagino que la nueva falta de limpieza afecta la felicidad de las mujeres más que la de los hombres.

Una estudiante de la escuela comercial aportó una buena manera de sintetizar el problema. Los objetivos de vida de su madre eran, dijo la estudiante, tener un lindo jardín, una casa bien cuidada e hijos bien educados, a los que les fuera bien en la escuela. “Yo también quiero todo eso –comentó la joven, según recordó Stevenson–, pero también quiero tener una gran carrera y éxito en el amplio mundo.”

Esto habla de que también hay una brecha entre los chicos y chicas de la escuela secundaria. A medida que la vida en general se ha vuelto mejor durante la última generación –menos crimen, abuelos que viven más y mejores electrodomésticos–, los varones que asisten a los últimos años del secundario son más felices. Alrededor del 25 por ciento asegura que está muy satisfecho con su vida, mientras que en 1976 sólo lo estaba el 16 por ciento. Las chicas de los últimos años que dan esa respuesta son apenas el 22 por ciento, cifra que no cambió desde los años 70.

Cuando Stevenson y yo estuvimos hablando la semana pasada sobre una posible explicación, ella mencionó su teoría de la atracción física. Se basa en un artículo del mes de abril, aparecido en The New York Times, escrito por Sara Rimer sobre un grupo de adolescentes muy llamativas de Newton, Massachusetts. Ellas obtenían mejores calificaciones que los varones, practicaban deportes, ayudaban en el gobierno estudiantil y hacían servicios comunitarios. Sin embargo, una, que había aprobado el ingreso a la universidad con altas clasificaciones, destacó que ella y sus amigas todavía sentían la presión de ser “naturalmente atractivas”.

Stevenson, que tiene 36 años, dijo: “Cuando yo iba a la secundaria estaba claro que ser físicamente atractiva era lo más importante, y no es que lo sea menos hoy. Lo que pasa es que otras cosas se han convertido en más importantes. Y, francamente, la gente pasaba mucho tiempo tratando de parecer atractiva cuando yo iba a la escuela. Por eso no sé dónde encuentran ese tiempo hoy”.

Los dos nuevos estudios –el de Krueger será publicado en Brookings Papers y el de Stevenson-Wolfers todavía está en borrador– son parte de una explosión de investigaciones en torno del tema de la felicidad en los últimos años. No hay dudas de que esto tiene sus limitaciones. La felicidad, por supuesto, es muy subjetiva.

Una de las razones acerca de por qué las mujeres eran más felices tres décadas atrás, a pesar de la discriminación, probablemente sea que tenían menos ambiciones, afirma Stevenson. Muchas se comparaban sólo con otras mujeres, en lugar de hacerlo también con los hombres. Eso no significa que entonces estuvieran mejor.

Pero, en cambio, muestra hasta qué punto la revolución de los sexos ha sido incompleta. A pesar de que las mujeres inundaron el mercado laboral, la sociedad norteamericana no se enfrentó completamente con el cambio. Estados Unidos todavía no tiene escuela pre-escolar obligatoria y, en contraste con otros países industrializados, no está asegurada la licencia paga para los nuevos padres.

Pero la política de los gobiernos no es el único problema. En las familias, los hombres aún no han encontrado la forma de hacerse cargo de la parte que les corresponde en la responsabilidad del trabajo hogareño. En cambio, pasan más tiempo en el teléfono y frente al televisor.

Este fin de semana, pienso que puedo ofrecerme para hacer un poco de limpieza.

Por David Leonhardt (New York Times/ LA NACION)

Traducción: María Elena Rey

Aquí sí podemos hacerlo

Le he preguntado: “¿Eres feliz?”, a una mujer que, como tantas, lleva una vida problemática, entre el trabajo, los hijos, el marido, la casa, el perro. Me respondió: “Ahora sí, bastante, pero he sido muy infeliz; busqué ayuda en la psicoterapia y ahora estoy mejor”. Le he preguntado a un hombre que, como tantos, trabaja mucho, tiene una mujer que trabaja y es muy meticulosa, tiene justamente una hija también exigente, una familia complicada y, para colmo, es hincha del Inter. Me respondió: “Aquí, en Milán, todas las personas sensibles se drogan, incluso yo”, lo que en el tiempo libre ayuda, según él.

Más allá de las encuestas, hay dos paradigmas: la mujer exhausta que se atormenta, se culpa, se enoja y trata de encontrar el equilibrio buscando dentro de ella misma, y el varón estresado, que está mal, tiene disturbios psicosomáticos, se desahoga practicando o viendo deporte, con los amigos hace bromas, pero no cuenta nada, y quizá se relaja con sustancias peligrosas. Ambos corren peligro de ser infelices con remedios culturalmente distintos. Será trillado, pero todavía es así.

Las mujeres, muchas de ellas, admiten sufrimientos y tristezas; a veces (el masoquismo femenino no es un lugar común) se destruyen a sí mismas, a menudo se autoanalizan hasta la náusea. Los varones están mal (muchos, no todos), pero hablan menos de eso, y para ellos la vida es más simple. Son más simples sus “remedios”; según muchos, desde el adulterio hasta el fútbol. Lo ha escrito Henry Thoreau y lo citó un personaje de Amas de casa desesperadas: “La mayor parte de los hombres lleva una vida de sosegada desesperación”; sin embargo, no lo hacen saber. La mayor parte de las mujeres es menos reservada, al menos con las amigas y en las encuestas. Sin embargo, quizá sea un error desesperarse con ulterioridad. Según las investigaciones de EE.UU., las mujeres de antes eran más felices porque tenían menos ambiciones, menos objetivos que lograr.

¿Pero qué sabemos nosotras, neurasténicas de 2007, de la sosegada desesperación de muchas mujeres de antes, relegadas en su casa, dependientes de los varones, incapaces de imponerse si no fuese entre bastidores o a escondidas? Mejor no regodearse con las encuestas norteamericanas y, en cambio, recordar de los norteamericanos los mantras positivos: Be all you can be (Sean todo lo que puedan ser) y Count your blessings (Cuenta tus bendiciones). Nosotras, occidentales sufridas y fatigadas, tenemos más que cualquier otro grupo de mujeres en la historia humana. Intentamos disfrutar cada tanto, si lo logramos. Entonces, a nuestras hijas les irá bastante mejor. Sólo imaginarlo ya nos pone felices... ¡y cómo!

Por Maria Laura Rodota (Corriere Della Sera)

Link: http://www.lanacion.com.ar/951620